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¡Hola personajillo del inframundo!
Esto es un blog. (Sí, lo suponías). Bienvenido. ¿Que hay aquí? Tonterias. Muchas. O munchas, como dice mi abuela. No prometo demasiado, pero si quieres leer reseñas y citas sobre libros, ver fotos y sinsentidos, es tu sitio, así que puedes quedarte.

10.04.2012

El síndrome del zapato dos números más pequeño

Antes que ninguna otra cosa es preciso desactivar una trampa que nos pusieron cuando éramos así de chiquititos. Esta trampa es una idea tan arraigada en nosotros, que forma parte de esta cultura explícita e implícitamente:
“Sólo se valora lo que se consigue con esfuerzo.”

Como dirían los americanos, esto es bullshit. Cualquiera puede darse cuenta de que esto no es cierto, y sin embargo, estructuramos nuestra vida como si fuera una verdad incuestionable. Hace algunos años “describí” un síndrome clínico, que aunque no está registrado en los tratados médicos ni psicológicos, ha sido padecido, o lo es todavía, por todos nosotros. Decidí llamarlo, ya vas a ver por qué: El síndrome del zapato dos números más chico. Te cuento...

El hombre entra en la zapatería, un vendedor amable se le acerca:
— ¿En qué lo puedo servir, señor?
— Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate.
— Cómo no, señor. A ver, a ver... el número que busca... debe ser... 41, ¿verdad?
— No, quiero un 39, por favor.
— Disculpe, señor, hace veinte años que trabajo en esto y el número suyo debe ser 41, quizás 40, pero... ¿39?
— 39 por favor.
— Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?
— Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos 39.
El vendedor saca de un cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y con satisfacción, proclama:
— ¿Vio? Como yo decía: ¡41!
— Dígame ¿quién va a pagar los zapatos usted o yo?
— Usted.
— Bien, entonces ¿me trae un 39?

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos número 39. En el camino se da cuenta de lo que pasa: los zapatos no son para él, seguramente son para hacer un regalo.

— Señor, aquí los tiene: 39 negros.
— ¿Me da un calzador?
— ¿Se los va a poner?
— Sí. Claro.
— Son... ¿para usted?
— ¡Sí! ¿Me trae el calzador?

El calzador era imprescindible para conseguir hacer entrar ESE pie en ESE zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato. Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos, con dificultad, sobre la alfombra.
— Está bien. Me los llevo.
El vendedor siente dolor en sus propios pies de sólo imaginar los dedos aplastados dentro del 39. —¿Se los envuelvo?
— No, gracias. Los llevo puestos.

El cliente sale del negocio y camina, como puede, las tres calles que lo separan de su trabajo. El hombre trabaja de cajero en un banco. A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas parado dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene las conjuntivas inyectadas y lágrimas caen copiosamente de sus ojos. Su compañero, de la caja de al lado, lo ha estado mirando toda la tarde y está preocupado por él:
— ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?
— No. Son los zapatos.
— ¿Qué pasa con los zapatos?
— Me aprietan.
— ¿Qué pasó? ¿Se mojaron?
— No, son dos números más chicos que mi pie...
— ¿De quién son?
— Míos.
— No entiendo. ¿No te duelen los pies?
— Me matan los pies.
— ¿Y entonces?
— Te explico –dice, tragando saliva—. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones, en realidad, en los últimos tiempos tengo muy pocos momentos agradables.
— ¿Y?
—Yo me mato con estos zapatos. Sufro como un hijo de puta, es verdad... Pero dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite... ¿Te imaginas el placer?... Qué placer, Dios... ¡Qué placer!

—Parece una locura, ¿verdad? Lo es, Demían, LO ES.
Esta es en gran medida nuestra pauta educativa. Yo creo que mi postura es también un extremo. Sin embargo, vale la pena probarla como si fuera un saco, a ver cómo nos queda. Yo creo que no hay nada verdaderamente valioso que se pueda obtener con el esfuerzo.

...Me fui pensando en su última frase, grosera y contundente:

EL ESFUERZO, PARA EL ESTREÑIMIENTO.



Jorge Bucay - Déjame que te cuente

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