— A veces, me entran ganas de pedirle que me haga el amor.
— ¿Y qué haces entonces?
— Le pido...la hora.
— ¿Qué sentido tiene eso...?
— Porque tengo fe en que (mientras hace ese movimiento de muñeca tan maravilloso, coge el cristal de su reloj con los dedos índice y pulgar de la mano derecha y lee las flechas) se dé cuenta de que está perdiendo todos esos segundos sin querer. Y sin quererme.
— No lo entiendo.
— Es sencillo: Cuando levante la mirada para sonreír y decirme 'Las siete y media, señorita', su mundo dará la vuelta y dirá, por fin: 'La siento y muero, señorita'.
María Poddubnaya Blog: "Un cortado, por favor"
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