Somos unos mentirosos y unos
cobardes. Esa es mi conclusión. Y aunque lo odiemos e intentemos ser valientes
y decir la verdad caemos en la trampa y acabamos pensando taimadas artimañas y
argucias para... ¿para qué? Irónicamente, para no odiarnos. Nos ponemos el halo
de santos y la excusita de “es que no quiero hacer más daño” o “es que si
les digo la verdad me odiarán”. De pronto nos volvemos psicólogos o
adivinos o qué se yo, y llegamos a asegurar que “no lo entenderían”. ¿Y
sabéis qué? En realidad somos tan mezquinos que sólo queremos salvar el culo y
no afrontar lo que hemos hecho.
También mentimos por esas bonitas y
preciosas convenciones sociales que algún gilipollas se inventó. Si no quiero
salir, no salgo porque no. Si no me da la gana de prestarte los apuntes, no te
los presto y punto, y no me invento que un amigo me los ha pedido ya o que los
tengo en el pueblo y que blablabla. Si el vestido te queda como el culo, me
callo. ¿Qué es esa fea manía que tenéis algunas de decir ‘’qué guapa” como
saludo?
Gente, escuchadme, somos muchísimos.
MUCHÍSIMOS. No hay que caerle bien a todo el mundo así que dejad de intentarlo.
Mejor dedícate a cuidar a la gente con la que realmente conectas y olvídate del
resto. En serio, no hace falta que le felicites la navidad a todo el mundo;
regala no-hipocresía.
Yo regalo un cuento:
YO SOY PETER
— ¡Estoy harto! –me quejé.
— ¿De qué estás harto, Demián?
— ¡De que me mientan! ¡Me revienta
que me mientan!
— ¿Y por qué estás tan enfadado con
la mentira? –preguntó Jorge, como si yo me estuviera quejando de que la lluvia
fuera mojada...
— ¿Cómo que por qué? ¡Porque es
horrible! Me molestan quienes me engañan, quienes me estafan, quienes me
enredan con sus fabulaciones.
— ¿Te enredan? ¿Cómo consiguen
enredarte?
— Mienten. Eso hacen.
— Pero eso no es suficiente,
Demián. Ellos podrían mentir durante días y tú te divertirías oyéndoles
explicar sus historias...
—Pero yo me dejo engañar, Jorge. Yo
confío, yo les creo... Cualquier idiota se acerca a inventar una tontería y yo
le creo.¡Soy un imbécil!
— ¿Y por qué les crees?
— Porque... porque..., no sé por qué
mierda les creo. ¡La madre que los parió! –grité—. No sé... No sé...
— ¡Me molesta! –ratifiqué.
— Que te mientan –terminó Jorge.
— ¡Que me mientan! –dije.
— Que TE mientan –remarcó.
— Sí. Que me mientan –yo no
entendía adónde iba Jorge.
— ¿De qué te reías? –le
pregunté al fin
— No me río, sonrío...
— ¿Qué pasa? –pregunté—. No
entiendo nada.
Jorge volvió a su sillón
— Te molesta que te mientan –terminó Jorge.
— ¡Sí!
— ¿Y qué te hace pensar que te
mienten?
— ¿Cómo “qué me hace
pensar”? Me dicen algo que descubro, antes o después, que no es verdad.
— Y ¿por qué piensas que te mienten?
— ¿Otra vez? –dije yo—. ¿Otra vez?
— Quiero preguntarte por qué piensas
que TE mienten a ti.
— ¿Cómo por qué? Es a mí a quien le
dicen la mentira en cuestión –dije fastidiado.
— No te enfades, yo creo que cuando
alguien miente, ¡miente! Es decir no TE miente, ni ME miente. ¡MIENTE! En elmejor
de los casos, se miente.
— ¡No!
— ¡Sí! ¿Por qué miente la
gente, Demián? Piénsalo: ¿para qué?
— ¡Yo que sé! Por mil motivos...
— Dime uno, el del asunto que hizo
que llegaras de malhumor a la consulta.
— Para ocultar algo que hizo mal.
— Y eso ¿para qué?
— Para que el otro no lo
juzgue.
— Y ¿por qué no quiere que lo
juzgue?
— Porque sabe que el otro lo
condenaría
.— ¿Y por qué no quiere que el otro
lo condene?
— Porque el otro le importa.
— ¿Y?
— Y... no quiere tener que pagar
ningún plato roto.
— Es decir, para no hacerse
responsable.
— Claro.
— Bien, digamos que este es el
móvil del 99% de las mentiras.
— Supongo que sí.
— Bien, y ¿cómo sabe el mentiroso que
resultaría responsable? ¿quién determinó su responsabilidad?
— ¡Nadie! ¡Bah! El mismo.
— Eso es. El mismo.
— ¿Y?
— ¿No te das cuenta? El mentiroso no es alguien que teme el
resultado del juicio de otro; ni la condena que salga de ese juicio. El
mentiroso ya se ha juzgado a sí mismo y se ha condenado. ¿Entiendes? El asunto
ya ha sido juzgado. El mentiroso se esconde de su propio juicio, de su
propia condena y de su propia responsabilidad. Como te he dicho, el
problema no es del otro, sino del que miente.
[...]
— No lo sé. Tengo que pensarlo. En la
vida de todos los días, el mentiroso es el que se beneficia, no el que se jode.
— Aun cuando eso fuera cierto,
la justicia no tiene nada que ver con la salud. Además, todo depende de lo que
tú creas que es beneficiarse.
Conseguir que las cosas sean
de una determinada forma por una mentira es difícil. Creo que, como mucho, una mentira
puede conseguir que las cosas sucedan durante un rato, de una manera más
deseada por el que miente (aunque internamente él sepa que esta forma es falsa,
ficticia, cartón pintado, apoyado en su mentira).
— No mentimos para eso, o no
nos damos cuenta. Me parece que yo, en todo caso, cuando miento busco control
sobre lasituación.
— Es decir, poder...
— Sí, en cierto modo, poder. Yo
quien siempre sabe la verdad. Yo te hago actuar. Yo te engaño. Yo te estafo. Yo
te fastidio... Un poder jodido, pero poder al fin y al cabo.
— ¿Te cuento un cuento?
Hacía mucho que Jorge no me
contaba un cuento.
— ¡Venga!
— Bueno, casi un cuento:
Era una vez un bar de mala
muerte, en uno de los barrios más turbios de la ciudad.
El ambiente sórdido parecía extraído
de una novela policíaca de serie negra.
Un pianista borracho y ojeroso
golpeaba un blues aburrido, en un rincón que apenasse divisaba entre la poca
luz y el humo de cigarrillos apestosos.
De repente, la puerta se abrió
de una patada. El pianista cesó de tocar y todas las miradas se dirigieron a la
puerta.
Era una especie de gigante
lleno de músculos que se escapaban de su camiseta, con tatuajes en sus brazos
de herrero. Una terrible cicatriz en la mejilla le daba aun más fiereza a su
cara de expresión terrible. Con una voz que helaba la sangre,gritó:
— ¿Quién es Peter?
Un silencio denso y terrorífico se
instaló en el bar. El gigante avanzó dos pasos y agarró una silla y la arrojó
contra un espejo.
— ¿Quién es Peter? –volvió a
preguntar.
De una mesa lateral, un pequeño
hombrecillo con gafas separó su silla de una de las mesas laterales. Sin hacer
ruido caminó hacia el gigantón y, con vozcasi inaudible, susurró:
—Yo... yo soy Peter.
—Ah, tú eres Peter, yo soy Jack,
¡hijo de puta!
Con una sola mano lo levantó en el
aire y lo arrojó contra un espejo. Lo levantó y le pegó dos puñetazos que
parecía que le arrancarían la cabeza. Después le aplastó las gafas.
Le destrozó
la ropa y por último, lo tiró al suelo y le saltó sobreel estómago.Un pequeño
hilo de sangre empezó a brotar de la comisura de la boca del hombrecito, que
quedó tirado en el suelo semiinconsciente. El gigantón se acercó a la
puerta y antes de irse, dijo:
—¡Nadie se burla de mí, nadie! –y se
fue.
Apenas la puerta se cerró, dos o tres
hombres se acercaron levantar a la víctima de la paliza. Lo sentaron y le
acercaronun whisky. El hombrecito se limpió la sangre de la boca y empezó a
reírse. Primero suavemente y después, a carcajadas.La gente lo miró
sorprendida. ¿Los golpes lo habían dejado loco?
— No entendeis nada –dijo. Ysiguió
riéndose—. Yo sí que me he burlado de ese idiota...
Los otros no podían evitar la
curiosidad y lo aslataron a preguntas:
¿Cuándo?
¿Cómo?
¿Con una mujer?
¿Por dinero?
¿Qué le has hecho?
¿Lo enviaste a prisión?
El hombrecito siguió riendo.
—No, no. ¡Yo me burlé de ese estúpido
ahora, delante de todos. Porque yo... ¡ja, ja, ja!... yo...
...¡Yo no soy Peter!
Me fui del consultorio riéndome
a carcajadas. Tenía la imagen del maltrecho hombrecito creyendo que se había
burlado del grandote. A medida que caminaba algunas manzanas, la risa se me fue
pasando y me inundó una extraña sensación de autocompasión...